Cuaderno de la cuarentena en La Habana, 02

abril 27th, 2020 § 0 comments § permalink

Una buena y una mala noticia. La mala es que el paquete dejó de hacer sus rutas la semana pasada y nos hemos quedado en blanco. Adiós al binging de series y películas. Los contenidos que ya estaban en el disco duro nos acompañarán hasta nuevo aviso. ¡Maldición!

La buena noticia es que por fin entró el agua. ¡Aleluya! Como si no tuviésemos suficientes situaciones anormales, hemos estado en ascuas varios días porque el motor de la cisterna se dañó y encontrar la pieza y quien lo arreglara fue un dilema lleno de elementos mágicos y engorrosos.

Estamos tensas, como el resto del mundo, a esperas de noticias concretas y alentadoras. Pero no podemos seguir engañándonos, nos queda por lo menos el resto de este año o más, y la pregunta ya no puede ser, ¿cuándo va a acabar esto?, sino ¿cómo proceder?

Entre la pandemia y la lucha básica del diario, nos estamos desesperando. Bastante gente se queja de haberse quedado sin corriente más de una vez esta semana. Algo con el sistema soterrado, cables recalentados, explosión, un accidente de carro; las razones que ha dado la compañía eléctrica no son pocas. El calor que ha hecho también es de armas tomar, y para colmo anuncian unos cuantos ciclones para este verano. Menos no se podía esperar de este 2020. El gancho está en encontrar un balance entre acumular provisiones anticipando que el distanciamiento social pica y se extiende y, no congelar demasiado para que no se malogre la carne durante los apagones. Cuando la amenaza es tan grave, no queda de otra que resignarse y mantenerse presente en el momento, en el hoy.

El hoy mío fue, digamos que el punto bajo de la cuarentena hasta el momento. Si no me infesté con el Covid-19 esta mañana en la cola de La Copa es porque debo ser inmune. Llegué temprano, pedí el último y me acerqué a Agua y Jabón, otra tienda donde también ahí pedí el último porque necesitamos pasta de dientes y champú. El arte de comprar durante estos días consiste en lo siguiente: marcar en varias colas a la vez y cruzar los dedos para que los turnos se sincronicen en un perfecto itinerario. Regresé agitada a La Copa porque desde el agrito de 44 donde había cebolla y unas piñas hermosas, se notaba ajetreo en la cola que por cierto daba la vuelta a la manzana y donde se mantenía un metro de distancia entre las personas. Hasta ese punto mi plan pintaba bien. Cuando anunciaron que iban a dar los tickets con números, la gente en vez de quedarse en el mismo orden que ya habíamos conformado, se aglomeró alrededor del guardia. El guardia se alteró sobremanera y ordenó al tumulto a que regresara a su sitio. Pero ya la gente no guardó la distancia física requerida y unos encima de otros recibimos nuestro número. A mí me tocó el 74.

Ya llevaba dos horas ahí, pero con número en mano el pollo congelado prometía ser horneado y degustado para la cena. Una empleada del mercado salió a explicar lo que había disponible, cuánto tocaba por persona, etc. Son tiempos de guerra, nos anunció, y debemos ser pacientes y pensar en el que tenemos atrás y en los que damos el servicio. Habló casi media hora sobre las vicisitudes que afrontan los trabajadores y todo cuanto decía me parecía razonable. En efecto, son tiempos de guerra, qué horror. De golpe me bajó el azúcar y como no había sitio abierto para comprar un refresco, le regalé mi ticket dorado al hombre que tenía delante para que al menos él pudiera comprar más pollo y papel higiénico que el que le tocaba, asumiendo que había suficiente para abastecer al menos hasta el número 74. Me fui a casa derrotada, con las manos vacías.

Por suerte existe otro punto de encuentro aquí en La Habana que es esencial: WhatsApp. Ahí pertenezco a más de veinte grupos informativos sobre las nuevas medidas y las de toda la vida, qué hay y dónde. Y puedes encontrar desde fresas salvajes y comida a domicilio, hasta colchones y butifarras. Havanamix, K hay en tiendas, Ultra-Copy 17 y L, Ropita chula, son algunos. Los mensajes a veces son para reírse o para llorar. ¿Alguien ha visto culeros para la primera etapa? / Hay Carne de res y queso de cabra en 98 y 5ta, no hay cola / En 3ra y 12 Miramar, detergente y agua / Hoy sacaron carne de puerco en 46 y 29 a 60 pesos la libra, cola kilométrica / Papel sanitario y café en la Panamericana de 12 y 25 / Tanqueta de yogur en 5ta y 43 pero un millón de gente / ¿Alguien ha visto mantequilla o detergente de fregar? / Necesito hígado para mi perrita / ¿Me pueden decir dónde encontrar cerveza barata?

En la licorería de Dos Gardenias a veces hay cerveza, pero esas sí que son las peores colas según me explica la dependiente que además la pobre tiene un uñero infestado y le palpita desde el dedo gordo hasta la rodilla. Sube el pie a una silla que tiene enfrente (destinada a marcar distanciamiento) y no me puedo escapar de ver lo feo que lo tiene. La compadezco, una vez tuve algo parecido, y juro que eso y un dolor de muela es todo uno. Se desahoga detallando la cantidad y lo que es peor, el tipo de personas que compran cerveza. De cada cinco, uno es irrespetuoso y hasta le han gritado. Y yo que pensaba que el trago por excelencia era el ron, qué va, el ron está solo y muerto de risa en todos los anaqueles de la ciudad.

Cuento mis bendiciones; las más básicas ya son muchas. La familia y los amigos, estamos todos vivitos y coleando. Cada atardecer en La Habana es un regalo. Ya casi tengo perfeccionada la receta del arroz con leche de mi bisabuela. El rey mango y la reina aguacate están a punto de hacernos muy felices. De alguna manera se siente más seguro estar aquí ahora mismo que en cualquier otro lugar. Los que te quieren se preocupan y te brindan de lo poco que tienen porque esta sociedad vive en el presente. Y si hay una sola cosa que tenemos ahora mismo y es lo único real y valioso, es el presente.

*POLLO UPDATED: Hace un ratico un amigo me dejó una caja al lado de la escalera con cositas muy ricas incluyendo un pollito entero y una nota que lee: ¿Quién dice que hoy no vas a comer pollo?

Cuaderno de la cuarentena en La Habana, 01

abril 11th, 2020 § 2 comments § permalink

Al final T, K y yo nos quedamos en La Habana a pasar la cuarentena. Cuarentena indefinida. Son tiempos extraordinarios, de total confusión, de gran conexión emocional, en especial con el Yo. Ese Yo esencial que se esconde en las entrañas y pasa la mayor parte de su existencia en automático, es ahora mismo el protagonista de esta historia. Se cuestiona en plural qué hacemos aquí, cómo vamos a salir de estas, cuál es la lección, el mensaje del universo. Tal vez una mejor pregunta sería, ¿cómo llegamos aquí?

Amigos en distintos puntos geográficos se han infectado con el virus, aunque por suerte parecen recuperarse. Estamos en un punto en el que se habla un mismo idioma, y todos compartimos prioridades y preocupaciones, y a eso hay que sacarle partido, creo. Me imagino a la madre naturaleza, como buena madre cuando ya está hasta la coronilla y tiene que castigar a sus cachorros en contra de su voluntad, pero qué va, es demasiado el desparpajo, castigados todos. Llegó el momento de reflexionar, de tomar responsabilidad, de ver este momento como una oportunidad de crecimiento y de contemplación. Si de algo podemos aprender es de la contemplación, como mismo se comportan las plantas y los animales. Porque cuando esto termine, o se convierta en otra cosa, quiero imaginar que también algo en mí se ha transformado.

Los días pasan sin orden alguno. Mis hijas intentan cumplir con los deberes escolares, aunque el calor y la falta de guía o de internet no ayudan. Nadie tiene la verdad, nadie sabe lo que va a pasar, ni cuándo, ni en qué etapa realmente estamos. Nadie tiene claro si seguiremos confinados unas semanas más o unos meses, o para siempre. Mucho se habla de cuando regresemos a la normalidad. ¿Pero qué es exactamente la normalidad? El otro día leí que el virus es tan potente que incluso hablando a un metro uno se puede contagiar. O que cuando aplaudimos a la hora del cañonazo para demostrarle respeto a los médicos, enfermeras, paqueteros, y a cualquiera que a diario se arriesga a brindarnos servicio, el virus viaja de piso en piso. Que dura activo en superficies como el metal tres días, o diecisiete leí en otro informe, y que hasta las suelas de los zapatos hay que desinfectarlas con cloro porque tal parece que el contén de las calles está también cundido de la plaga. Las medidas que se deben tomar son extremas, por si acaso.

La Habana me sorprende. Las calles están vacías. Y casi todo el que sale de casa mantiene distancia y usa el nasobuco. Supongo que ayuda que en la mesa redonda el conductor y los panelistas lo usan. Me parece una buena iniciativa para promover el distanciamiento social.

He salido poco. Una semana antes de que se anunciara la cuarentena, en cuanto cobré mi cheque me metí en 3ra y 70 (que por cierto, ya lo cerraron junto con todos los mercados grandes) y compré cuanto pude. La gente, distraída por la cola del pollo perdió delantera con las pastas y los frijoles que ahora mismo no se encuentran en ningún lugar, tampoco el pollo. Hace meses que en Cuba el tema del pollo es sensible. El cubano siempre está harto de comer pollo, pero nada más desaparece y entramos en crisis. Las pocas veces que he salido en estos días ha sido en vano. Si bien la mayoría de la gente mantiene su distancia, los anaqueles están vacíos.

La solidaridad de los vecinos no me sorprende, pero me recuerda que el cubano es especial en ese sentido. En mi edificio y en el de al lado conozco los pormenores de cada familia. Y ellos los míos. Detalle no del todo atractivo, pero conveniente y necesario en estos tiempos donde una comunidad unida es lo único que nos puede salvar. Sé que mis hijas y yo no estamos solas y que, en el peor de los casos, vamos a resolver de alguna manera porque si algo tiene el cubano es que en tiempos de crisis nos sabemos unir sin entrar en estado de pánico.

La vecina del segundo piso, presidente del CDR, es espectacular. Me ha regalado papas dos veces porque yo no tengo libreta de abastecimiento así que perdí mi chance cuando llegaron a la bodega hace unos días. El que no ha vivido en Cuba desconoce que aquí las papas son el caviar de la gastronomía local. A cambio le regalé un cartón de jugo de mango para su mamá y dos pescados congelados porque sé que no hay pollo ni hay nada. En una cadena interminable, me trajo croquetas y unos nasobucos cosidos por ella misma. Con la vecina de arriba y la de enfrente intercambié lechugas, limones, pan y también nos regalaron nasobucos. Esta es nuestra nueva realidad, abrir la puerta de la casa con una máscara, listas para el combate.

Casi a diario pasan por casa unas estudiantes de medicina. Nos preguntan cuántos somos, si tenemos síntomas, cuántas veces salimos de casa, etc. Ayer por la mañana ofrecieron unas gotas homeopáticas para ayudar a fortalecer el sistema inmunológico a aquellos que sufren de alergia o son mayores de 60 años. Más tarde en la mesa redonda anunciaron que van a repartir para toda la población. Ahora mismo nada está de más.

Mi amor se encuentra lejos, y aunque la distancia es casi insoportable, también nos ha tomado por sorpresa un redescubrimiento excesivamente romántico. Pero mi vida está aquí, y también mi realidad que seguramente ha de ser menos tétrica que muchas otras realidades. Hoy de hecho conseguimos dos cartones de huevos. Estamos bien. Y en Canarias floreció por primera vez la orquídea de Darwin. Esa es la normalidad a la que aspiro volver.

El agro

marzo 14th, 2018 § 1 comment § permalink


Es imposible conquistar La Habana sin antes conquistar sus agromercados, o como le dicen aquí, “el agro”. La temperatura y disposición del pueblo se mide en el agro. El estado de ánimo se muestra con el tipo de música que tocan en el agro. La abundancia o carencias del país se refleja primero en el agro. Por ejemplo, las papas y los huevos, ambos “desaparecidos” desde septiembre, si no tienes la libreta de abastecimiento sólo se consiguen en el mercado negro del agro (ese submundo que bien merece otro post). Como moscas circulan los vendedores de aquello que no se consigue en el mercado “regular”. Langostas, camarones, carne de res, manzanas y zanahorias chilenas… Algunos hasta tienen fotos en sus celulares para enseñarte la frescura sus productos (que aunque sean de dudosa procedencia al menos son asequibles).

Los agros grandes son los más estresantes y para visitarlos hay que prepararse mentalmente, como el de 19 y B en el Vedado o el de 19 y 42 en Playa, que son los más surtidos aunque también los más caros y por eso se les conoce como los agro-boutiques. Los agros de La Habana Vieja son los más impredecibles en cuanto a precios (seguramente a raíz del turismo. En algunos puedes encontrar un manojo de platanitos por 5 pesos y a dos cuadras esos mismos platanitos están a dos pesos por la unidad.

Hay que ir con bolsas porque no siempre hay, además cuestan 1 peso. En mi caso siempre termino comprándolas para luego usarlas de basurero. Es esencial, además, llevar moneda cubana (pesos) en vez de pesos convertibles (CUC), a no ser que seas muy bueno en las matemáticas y logres hacer el cambio en tu cabeza más rápido que los vendedores. Parece más fácil decirlo que hacerlo; los vendedores son hábiles y uno siempre sale del agro con la sensación de que te han timado de alguna manera. Si te descuidas, un cartón de huevos en vez de costar entre 3-5 CUCs, te pueden salir hasta 10, que fue lo que le pagó un amigo norteamericano hace unas semanas cuando lo mandé solo al agro para realizar “la conquista”. Un desafío que luego me agradeció y que es imperativo vencer porque si pasas la prueba del agro llegas con más valor a la cola de Etecsa, y eso te prepara para la cola de registro civil, que es lo único que te puede preparar para la cola más temida y atacante, la de inmigración y extranjería, que a su vez te prepara para la cola reina de todas las colas en Cuba: la de las papas cuando llegan a la bodega.

Quien no sabe negociar en un agro, no sabe nada, absolutamente nada de la Cuba de hoy. La conquista consiste en entrar en ese club exclusivo de los miembros del agro y aprender su comportamiento y dominar su lenguaje. Es preciso elegir entre los puestos que ofrezcan buenos productos a buenos precios y seguir repitiendo hasta que los vendedores se aprendan tu nombre. Mientras más temprano llegues al agro mejor la calidad disponible. Elegir un día de la semana para hacer las compras y ser consecuente con ese día es fundamental para enriquecer la relación con los dependientes, quienes eventualmente llegarán a serte fiel y te guardaran la piña y frutabomba más jugosa.

El precio de los productos oscila entre polos opuestos en dependencia de la temporada. Un mango que hoy te cuesta 3 pesos, cerrando la temporada te pueden pedir hasta 30 o 40. Y una libra de tomate casi regalada por 3 pesos en los primeros días de marzo, subirá hasta 50 y 70 pesos a finales de diciembre.

Los agros pequeños son mucho más manejables aunque las opciones disminuyen. Y luego están los carretoneros que no es una mala alternativa en épocas de más abundancia —entre diciembre y junio— y es mucho más agradable lidiar con ellos que con el caos del mercado.

Aún así, la conquista del agro tiene su mérito, por no hablar de la satisfacción personal que produce realizar una compra libre de estrés aún cuando te acosan por doquier con las ofertas del día. Saber cuándo regatear, quién tiene las lechugas y especies más frescas, llevar a casa los plátanos y guayabas más dulces o toparte con productos que estaban en extinción y de pronto reaparecen —como la arrúgula, los frijolitos chinos o las fresas—, es todo un episodio de lo real maravilloso que sólo se puede apreciar en el agro.

La lavadora II

noviembre 6th, 2017 § 0 comments § permalink


Seis semanas sin lavadora. Yunieski, el taxista que contrato a veces cuando tengo que dar muchas vueltas por La Habana, se ha enterado que hay lavadoras en una tienda que está al lado de El Bosque, en barrio de Almendares. Nos acercamos y en efecto, hay lavadoras. Me cuesta contener la intensidad de mis emociones e imagino la dicha de poder lavar en casa, suponiendo que el problema del tanque del agua se arregle. Detallo la lavadora en exhibición casi con lujuria, es una Daewoo (creo que coreana), y quedan unas seis o siete. Llamo a Hanoi, mi consejero práctico y emocional aquí en Cuba para consultar la compra e inmediato me da luz verde. Con aires de gran negociante le anuncio al dependiente que me llevo una lavadora. “No tan rápido” —me responde el señor— “hasta que no nos llegue el certificado de propiedad no se pueden vender las lavadoras”. “¿Y cuándo será eso?”, pregunto. “Desde ayer lo estamos esperando,” me replica, “pero no sé para cuándo llegará”.

Quiero llorar de solo pensar en cargar a pie un bulto más de ropa sucia hasta la casa de mi tía y regresar con ese mismo bulto mojado para luego tenderlo en la azotea. Esto me deshace por completo. Mantengo la calma y pienso positivo: “si la lavadora está para mí, mía será”. Le pido el número al señor para llamar antes de regresar en vano. Pasan dos días y por fin tienen el certificado de propiedad. Llamo a Yunieski pero ese día no tiene el carro (porque ni siquiera es su carro). Llamo a un camionero que alguien me recomienda pero necesita veinticuatro horas de antelación y claro, en la tienda no hacen entrega a domicilio. Pasa un día más y por fin viene Yunieski junto con Hanoi y vamos a por la lavadora. Pero claro, ya se han ido todas, excepto la que está en exhibición. La dependiente es una chica joven y se ríe mucho con como trato a la única lavadora restante como si fuese el amor de mi vida.

La otra lavadora que tanto pesar me dio y que nunca sirvió sigue en casa, así que en lugar de una ahora tengo dos lavadoras sin funcionar. Llamo a Walfredo para que me instale la nueva y al amigo que me regaló la rota para que la venga a recoger. Al cabo de los seis días —porque ha tenido un rollo con el juzgado para el cual ha debido prepararse toda la semana— Walfredo aparece con Berta, su novia/asistente de 85 años. Otra vez la misma película: descansan un rato en la sala luego de subir las escaleras, beben agua, café y jugo y de ahí trabajan con una lentitud sorprendente aunque por fin me instalan la nueva lavadora. Sin embargo, el problema del motor de agua sigue igual, así que debo ser cuidadosa y lavar lo menos posible.

Como diría Serrat: “Son aquellas pequeñas cosas”.

Varadero 2017

noviembre 2nd, 2017 § 1 comment § permalink


Las niñas tienen unos días libres y aprovechamos para darnos una escapada a Varadero a la casa de un amigo. Apenas llegamos cae un aguacero de esos que dicen que “se está casando la hija del diablo”. Minutos más tarde pasa el nubarrón y un sol que azota nos recibe con ímpetu. Reviso la lista de “paladares” recomendados y vamos andando desde 3ra y 19 hasta Nona Tina, en 1ra y 38, donde me han asegurado que se come la mejor comida italiana en toda Cuba. Está cerrado, y cuando marco el número nadie responde. Estamos muertas de sed y de hambre. Nos montamos en un Coco taxi que nos cobra demasiado para que nos regrese a donde estábamos pues cerca está Súper Machi y se comen ricos platos criollos por precios súper moderados. En camino la chofer nos confirma que ése también está cerrado: “Todos los restaurantes particulares están cerrados”, agrega. Le pregunto por qué y me responde que desde el paso del huracán Irma los cerraron hasta nuevo aviso o para siempre, no se sabe. Apiadada de nosotras, nos lleva a una casa donde se supone que podemos comer. Para llegar al sitio hay que primero atravesar la casa del frente y luego subir unas escaleras que te llevan a un patiecito con tres mesas. Ha de ser la única “paladar” clandestina en todo aquello y lo mismo hay turistas, choferes de guaguas o vecinos.

Mientras esperamos, detallo mis alrededores. Desde donde estoy sentada se ve el cuarto y la sala. Una viejita está viendo la tele. En la terraza, detrás de la mesa continua a la nuestra cuelgan en una tendedera dos ajustadores y varios pulóveres rotos. A un costado, hay un tanquecito con agua que espero sea hervida y de ahí van sacando en jarras para la que nos tomaremos los comensales. En la mesa más grande hay dos hombres que parecen ir a menudo y han de ser choferes de guaguas turísticas. Las otras tres personas son europeos que no hablan español. Una familia de cubanos espera a que les atiendan, otro grupo de seis personas aparece pero el dueño trata de disuadirlos insistiendo con que ése es un lugar de comida rápida pero ellos le aseguran que comerán con prisa. Un señor se mese en un sillón con un radio pequeño al oído en lo que espera por su “toper” —para llevar comida necesitas traer tu propio envase—. Nos sirven a cada una un plato gigante de moros, una posta de pollo asado, boniato hervido, ensalada de aguacate y jugo de mango. Ni rica ni mala. Por 6 CUCs y un pelo rubio que encontré en mi jugo, nos vamos satisfechas.

De camino al mar pasamos por una tienda a comprar champú y helado. Además, encuentro alcaparras. Cuando estoy pagando que miro hacia un costado y veo incrédula el objeto más buscado en La Habana ahora mismo: papel higiénico. Quedan dos paquetes de cuatro rollos y los compro los dos. Llegamos al mar. Está inquieto, caprichoso. Alquilamos tres tumbonas por 2 CUCs cada una en el único hotel cercano. Nadamos, jugamos, somos muy dichosas en ese instante. El mar tiene un efecto sanador y todos los males reflejados en mi piel en estas últimas semanas reaccionan al toque. “¿Dónde comienza, dónde termina la anchura del océano?” me pregunto mientras veo a mis niñas flotar y las olas se remontan sobre sí mismas. Es todo un infinito, mi amor por ellas, la masa salada que las mece, el cielo que nos acurruca.

Indago más sobre el tema de “las paladares cerradas”. Me explica el señor que lleva la casa donde nos estamos hospedando que es temporal, por causa de las nuevas regulaciones gubernamentales, que al parecer nadie sabe de qué se tratan o cuándo se ejercerán. Luego alguien me comenta que es algo relacionado a las dunas, tampoco entiendo. Así, esa noche terminamos como unas turistas más sentadas en La Be de la M. La comida es pésima y no hay la mitad del menú pero no nos lo dicen hasta que ordenamos. La banda en vivo, en cambio, es regular tirando a buena, para ser un punto tan turístico. Al día siguiente nos tumbamos frente al mar gran parte del día. Hablamos de todo un poco: la escuela, cuán distinto y confianzudos son tanto los profesores como los estudiantes en Cuba, qué vendrá en el “paquete” esta semana, cuándo podremos tener wifi en casa…

Más tarde nos llegamos hasta el policlínico para que me vean un uñero en un dedo. Llevo días con latigazos, echándome cera caliente y yodo. Enseguida me ve la doctora, me da un par de recetas y varias recomendaciones. Cruzo la calle y en la farmacia sólo tienen una de las dos recetas. Pero no deja de sorprenderme lo sencillo y gratuito que es que te vea un médico.

La noche siguiente que ya es la última, vamos en busca de “La vaca rosa” que es una de las únicas “paladares” que se mantiene abiertas, según me entero. Entramos a un mercado en camino a ver si hay papel higiénico y en efecto, hay. No nos queda mucho dinero y sólo puedo comprar tres paquetes: uno para la casa de mi tía, otro para la de mi prima y el tercero para nosotras porque ya tengo los otros dos que compre el día anterior. Pagamos y nos vamos con los rollos en las manos porque no tienen bolsitas. Como estamos más cerca de “La vaca rosa” que de la casa, decidimos ir a comer con el papel higiénico a la vista. Sentadas en el restaurante, ordenamos una ensalada de vegetales que a pesar de que no hay nada en el agro —ni siquiera huevos para hacer el flan— nos sorprende la frescura de las verduras.

Nadie se fija en los rollos de papel higiénicos. Será que ya estamos todos inmunes.

Visita de afuera

octubre 25th, 2017 § 0 comments § permalink

Mi novio llega en dos días. Los preparativos son desgastantes, como si viniera un rey. Él es mi rey. Así es aquí: cuando uno se prepara para recibir a un visitante debe anticipar una serie de detalles que de lo contrario carecen de urgencia ante la gran envergadura que consume la realidad cotidiana. Pero que no haya papel higiénico en ningún lugar de La Habana es incompresible. Algunos dicen que es por falta de abastecimiento y otros culpan al huracán Irma, y lo que es peor, hasta noviembre no se resolverá ese tema. En efecto, son explicaciones inconclusas y sospechosas.

Entre risas y calenturas telefónicas AIR me pregunta si bromeaba con lo del papel higiénico unos días antes cuando le pedía que trajera unos rollos. Entre risas y ya nada de calentura le reafirmo que sí, que traiga. Cuelgo apenada y luego pienso que total, si vamos a sostener esta relación a larga distancia mejor se acostumbre a las sorpresitas que en cantidades diabólicas reúne este país.

Me meto al baño por enésima vez. De otra forma imposible con estos calores. SURPRISE!!! Se acabó el agua y la cabeza la tengo enjabonada. Llamo a la señora que vive en el piso de abajo, que es la que maneja el motor, y no entiende cómo me he quedado sin agua. Tal vez mi llave no tiene suficiente presión, agrega. Yo que no tengo la más mínima idea de lo que me está hablando, le ruego que prenda el motor un rato pero se niega pues dice que la cisterna está a nivel y que aunque el agua debe entrar al día siguiente, no es seguro porque ya anunciaron en la tele que van a hacer algún tipo de obra en nuestra zona por la cual es posible que haya que cerrar la entrada de agua. Eso quiere decir que el agua no entraría hasta el viernes. Reviso los dos tanques y en efecto, están vacíos. ¡Maldición! Tal vez por causa de las pruebas que hizo el técnico de la lavadora o alguien que no descargó bien el inodoro, nadie sabe con certeza. Como no estaba preparada para este tipo de imprevisto, no tengo reserva alguna, ni siquiera para beber excepto la olla que habitualmente hiervo en las mañanas.

Intento mantener la calma. Vivir sin electricidad es duro pero sin agua es imposible. Acepto la oferta de mi vecina de al lado y la de la señora del primer piso y subo agua a casa en un cubo de limpiar y varias palanganas. Quién se iba a imaginar que la falta de papel higiénico fuese un reto intrascendente en comparación.

Recojo a las niñas de la escuela y vamos directo a casa de mi tía a lavar y a que se bañen porque todavía estamos sin lavadora. Todo esto a pie y bajo un sol rajante y sonante.

Esa noche me acuesto depauperada. No hice nada en todo el día que no fuese buscar papel de baño en mil sitios y alterarme por la falta de agua. Medito y logro dormirme con la esperanza de que las obras pendientes no afecten la entrada del agua. Lo más tétrico del asunto es que ya no estoy pensando en mí, ni siquiera en mis hijas, sólo pienso en la expresión en la cara de mi rey cuando le cuente los nuevos sucesos.

En vano abro el grifo apenas despierto. No cae una gota de agua. Llamo mil veces a la vecina del primer piso a ver si por fin entró pero nada. Sobre las 8 de la noche prende el motor para que entre lo poco que queda en la cisterna porque el agua no vuelve a entrar hasta el viernes y es apenas miércoles y ahora el edifico entero está en crisis. Desgraciadamente esto ocurre en el momento que estoy con las niñas en casa de unos amigos cenando y aprovechando para ducharnos. Una vez en casa me doy cuenta que en esa media hora que se puso el motor no me entró agua. Llamo a la señora de abajo desquiciada y le imploro que por favor lo ponga una vez más a ver por qué a mi tanque no le entró nada de agua. Tampoco ella entiende y me reitera lo de la poca presión de mi llave. Acepta a regañadientes ya que casi no queda agua en la cisterna en caso de emergencia. Subo a la azotea a ver qué pasa y me doy cuenta que en mi tanque el agua cae con muy poca presión. Pero el de al lado que es el tanque madre del edificio no tiene tapa y noto que el agua corre con mucho más fuerza.

Sé que de un momento a otro van a apagar el motor y con el chorrito que cae en mi tanque no alcanzará ni para fregar los platos. Bajo corriendo a la cocina y subo con una olla para coger un poco de agua del tanque madre. Empiezo a verter olla tras olla en mi tanque. Pierdo la cuenta, pero habrán sido lo suficiente como para un par de duchas y una o dos o tres descargadas de inodoro. Respiro aliviada porque tengo agua para recibir a mi rey al día siguiente y con suerte ya para el viernes al medio día todo esto habrá sido un mínimo percance más. Pero claro, esto es sólo una solución provisional.

En medio de este momento crítico me tocan a la puerta y es la vecina. Me pide que le guarde el traje de novia hasta por la mañana para que el novio no lo vea. Además me pide que le guarde dos bolsas de hielo en el congelador. No tenía idea que se casaba pero le acepto el traje aunque no las bolsas de hielo porque mi congelador es diminuto. Me ofrece un par de cubos de agua que acepto con gratitud y con los cuales limpio el piso y el baño.

Esa noche me acuesto casi feliz. La casa está limpia y tengo una reservita de agua. Con eso me basta. Unas horas más tarde despierto con el corazón a mil. Por fin voy a ver a mi vida linda que llega al medio día. La vecina recoge su vestido y me hace sacarle fotos mientras la peinan y la maquillan. En una esquina de la sala de su apartamento está su padre nervioso, mientras el peluquero y el repostero arman el cake que por obra del más allá no se ha caído cuando la mesa coja perdió el balance al correrla hacia la pared. Ya una vez salvado el pastel, los ayudo a colocar la champaña y las copas vestidas de flores mientras el repostero nos cuenta la odisea para conseguir los huevos. Es verdad, hace días que no he visto huevos en ningún lugar a no ser por la libreta que supe que dieron cinco por persona.

Un Chevy descapotable rojo y blanco se lleva a la novia al Bufete internacional. Desde mi ventana filmo cada detalle. En el aeropuerto no tengo que esperar mucho tiempo y apenas veo a AIR toda preocupación desvanece. Besos y más besos en todo el trayecto.

Al llegar a la casa notamos que la fiesta de la boda está en su apogeo. Nos recibe el gran pastel de merengue y una histriónica música de reggeton. AIR no se puede quejar, la experiencia folclórica cubana en todo su esplendor.

Pasamos un fin de semana romántico. Azotea, ron y puestas de sol. Cogemos la lanchita de Regla para cruzar la bahía y visitar el estudio de un amigo artista, y esa noche optamos por ir al teatro a ver una danza inspirada en Afrodita y Yemayá tan desastrosa que nos escapamos apenas finaliza el segundo número. Terminamos en el Sia Kara donde un chico onda el piano bar del West Village, improvisa New York, New York con desmedida gracia e ingenio sobre la realidad cubana. El domingo pasamos por donde mi tía a tomar café y a poner ropa a lavar. Mi tío le enseña fotos a AIR de sus andanzas por el mundo, certificados y premios científicos que nos son pocos. Además la foto con Fidel cuando visitó el acuario y él todavía era el director. Ya en el aeropuerto nos despedimos algo triste. AIR promete volver pronto, llamarme a diario, traerme la próxima vez todo lo que conforma la infinita wish list de aquello que no se encuentra aquí.

 

 

 

Cuarta semana

octubre 24th, 2017 § 0 comments § permalink

Los días en La Habana carecen de sentido si no transcurren bajo el encanto del realismo mágico. Cuelo el café mientras cavilo qué preparar para el desayuno de a las niñas. Un colibrí negro azabache y verde entra por la ventana de la cocina y sale por la puerta que da al balcón. Pasa tan rápido que primero no me percato y sólo percibo una sombra veloz. Vuelve a entrar y se detiene frente al fregadero aleteando con furia. Quiero llamar a gritos a las niñas para que lo puedan ver pero sé que eso lo ahuyentará. Me quedo quieta, observando la hermosura y agilidad de este pequeñín que parece susurrar algo a mis oídos que no alcanzo a escuchar. ¡Zaz! Desaparece.

Dejo a las niñas en la escuela y me encamino al parque Coyula para conectarme a Internet porque tengo correos pendientes. Frente está una sucursal de Sylvain: Dulces, Panes y Harinas. Me doy un brinco para comprar harina con la idea de hacerles crepes a las niñas en cuanto “aparezcan” los huevos. Sin embargo, cuando le pregunto a la dependiente por el preciado polvo, me mira confundida como si pidiese cola de zapato. Insisto y por fin me responde que no con cierta suspicacia aunque mi intención no ha sido tomarle el pelo. De ahí voy al agromercado y me entero que los lunes no abre pero como soy nueva aprendo a golpes. Sigo a casa por la calle 42 hacia abajo camino a casa en busca de papel higiénico, a ver qué encuentro pese a los rumores. Entro a una tienda a ver qué hay pues si algo he aprendido en estas semanas es que nunca se sabe con lo que te vas a topar ni dónde. No hay papel higiénico pero hay platos de cartón. Llamo a una de mis tías porque mi primo se casa en unas semanas y ella lleva rato detrás de unos platos de cartón para la fiesta. En medio de la llamada me quedo sin saldo en el celular y todavía no me ha entrado la recarga que puse desde el parque. Mi tía tampoco ha de tener saldo porque no me llama de vuelta. Los compro por si acaso porque lo que encuentras hoy mañana desaparece.

Suelto los bultos en casa y vuelvo a salir. La falta de papel higiénico ha creado un estado de desatino visceral en casa y es en vano sentarme a escribir consiente de que debería estar en la calle “resolviendo”. Llego al mercado de 42 y 20. Of course, no hay papel higiénico pero encuentro otras cositas como salsa brava para las patatas y leche condensada. Aunque no la necesito pero lleva perdida tanto tiempo, compro seis latas por si acaso. Hago una cola infinita para ello y además compro chocolate en polvo y dos Sneakers para darle la sorpresa a mis niñas cuando lleguen del cole. Noto que están sacando yogur y unas cajitas de Klenex. Pido el último en la fila y me llevo ocho cajitas a 2.15 CUCs por unidad para resolver lo del papel higiénico y el de las servilletas. Pero en la cola me dice una señora que en 42 y 39 hay otras más baratas. Dejo la mitad y pago el resto excepto el yogur que no se puede pagar en esa caja. Regreso a la caja anterior y pido el último otra vez. Diez minutos más tarde llego a la cajera y me informan que el yogur tampoco se puede pagar ahí. La señora que está detrás de mí me explica dónde es que debo pagar: en una registradora que está entre las carnes y los jabones de lavar pero está vacía. Pregunto y finalmente otra señora que me trata de “mimi” me dice que ella me lo cobra. En lo que pago por el yogur me entra ansiedad sobre el papel higiénico y decido comprar más cajitas de Kleenex porque quién tiene fuerzas para ir hasta 42 y 39 para ahorrarse unos quilos. Otra vez hago cola para pagar por otras cuatro cajitas de Kleenex. En la puerta del mercado enseño los cuatro recibos para que me revisen la mercancía.

 

Me llama mi hija menor. Suelto las bolsas y respondo asustada anticipando lo peor porque esa es la naturaleza que producen esas llamadas en horarios escolares. Está en receso y quiere infórmame algo agitada que la maestra de biología ha pedido a la clase que mañana deben traer un girasol, semillas de girasol y papel de cocina. Desconcertada le digo que no se preocupe que intentaré encontrarlo todo. Camino y entro a cuanto sitio se cruza en mi camino sin lograr mi objetivo. Me llego a otros dos sitios donde venden flores pero nadie tiene girasoles. Allí me explican las dependientes que el huracán Irma se los llevó todos. Tiene sentido pues es cierto que desde el día de la Caridad del Cobre que fue un día antes del ciclón, no he vuelto a ver girasoles. Aliviada —no por la desforestación sino porque sé que nadie va a llegar a la escuela al día siguiente con girasoles— regreso a casa con las manos vacías. Sin embargo sigo crispada con la osadía de la maestra que asume que de lunes para martes puede exigir hasta papel de cocina cuando ni siquiera tenemos papel higiénico.

 

 

 

La lavadora

octubre 17th, 2017 § 0 comments § permalink

¡Yupiiii, conseguí lavadora!

La casa que alquilamos venía con lavadora excepto que cuando nos instalamos ya no estaba. En vano explico a la dueña mis razones de por qué no se debe promocionar algo que no existe y mucho menos alquilar una casa sin lavadora.

Ya estamos aquí y hay que resolver. Voy a varias tiendas pero nadie tiene lavadoras. Me dicen que por el Cira en 42 hay electrodomésticos y en efecto encuentro una lavadora. Es la propia dependiente quien me desanima en un momento de impulso y felicidad cuando anuncio que me la llevo. A según ella las Midea están saliendo malas y no sé si agradecerle la honestidad o llorar.

Esa noche le comento a un amigo mi situación y compadecido me ofrece una lavadora que era suya y ahora está en casa de un amigo que ya no la quiere porque tiene una nueva. Me la hace llegar y le pago 20 Cucs al chofer y acompañante. Me la suben dos pisos a duras penas. La entran al comedor pero ya no pasa de la puerta hacia la cocina. Además falta la otra puerta de la cocina que da para un balcón con lavadero y llave de agua donde la pienso colocar. Llamo a un señor que me recomiendan que antes era mecánico de carros y ahora hace de todo un poco. Llega a casa al día siguiente con su asistente, una señora de 85 años, y él ha de tener la misma edad. Cuando llegan a mi piso ambos deben sentarse un rato en la sala para recuperar las energías perdidas del viaje en guaguas y las escaleras que no son pocas. Les ofrezco agua, jugo, café. Todo lo aceptan en ese orden. El señor es un dulce, de esas personas que han vivido muchas vidas y ya nada ha de sorprenderlo. Se mueve con asombrosa lentitud. Sentado en una silla, deshace las puertas y muchas horas más tarde ya está instalada la lavadora. La señora es más seria pero también encantadora. Usa medias largas con alpargatas a pesar de que las gotas de sudor me corren por el canalillo en caudales. El pelo lo lleva en cebolla, tiene la cara pequeña y se ha tatuado o delineado fuertemente las cejas en marrón. Le va alcanzando las herramientas según él le indica y se vuelve a parar a su lado. Les pregunto si son pareja y ella responde que sí, que llevan juntos 8 años. ¿Alguna vez discuten? Sólo cuando se mete en la cocina a husmear mientras preparo de comer, dice ella. Siempre que podemos yo la llevo al cine, a tomar helado, a bailar, y a dónde ella quiera, agrega él. Me pide 4 Cucs por el día de trabajo. Le doy 5 y le digo que saque a la novia de paseo.

Llevo días caminando a la casa de mi tía o a la de algún amigo a lavar. Así pues, el momento de usar mi propia lavadora es de una emoción desenfrenada. Meto sábanas y toallas y la prendo. El agua, aunque entra en la máquina se escapa por la manguera. Saco todo y llamo a un técnico. Pero con tantas inundaciones en el malecón y máquinas rotas me dice que no puede venir hasta el martes, es decir en cuatro días. Luego de varios intentos, el técnico confirma que la lavadora no tiene arreglo. De pensar en hacerlo todo a la inversa se me aflojan hasta las piernas.

Pasan las semanas y aún sigo sin lavadora, mas un pajarito me ha dicho que están a punto de entrar.

Segunda semana

octubre 17th, 2017 § 0 comments § permalink

 

Primer día de escuela. Esperamos en el patio a que llamen a los diferentes grupos. Las niñas están nerviosas. K, la pequeña se agarra de mi brazo con fuerza y con discreción se enjuga las lágrimas de nervios escondiendo su carita en mi pecho para que no la vean sus futuros compañeros de clase. T, la mayor, me sorprende y, luego de haber expresado un alto grado de ansiedad durante las semanas próximas a nuestra mudanza, se comporta con soberano sosiego.

Saludo a sus maestras, las dejo en sus respectivas aulas y me voy con el corazón apretado. Llego a casa. Es el primer día que tengo para organizarme, para trabajar, pero cuando me siento frente al ordenador me es imposible concentrarme. Tanto ha ocurrido en tan pocos días que no sé ni por dónde comenzar. Me tumbo en la butaca y abro Esperando a los bárbaros de Coetzee, novela que no había leído a pesar de que lleva tiempo en mi lista y de que conozco gran parte de su obra. Me engancha enseguida. Han detenido a un viejo y a un niño y los guardias los acusan de haber estado involucrados en un robo de ganado. El viejo le explica al magistrado que ellos no han tenido nada que ver con el robo y que estaban de camino a verse con un doctor porque el niño tiene una úlcera en el brazo que no se le cura. Sigo leyendo y todo lo que viene es horripilante muy a pesar de que el magistral se apiada de la situación y de los llamados bárbaros. El pensamiento más espantoso es aquel donde un niño sufre y es física y emocionalmente maltratado, que es precisamente lo que le sucede al niño.

Cierro el libro y hago una lista priorizando proyectos pendientes, llamadas que debo hacer a mis editores, objetos que debo comprar para la casa, abastecer el refrigerador de nuevo, mandar a hacer una cama porque en el cuarto de las niñas sólo hay una, revisar un manuscrito. En fin, lo cotidiano y lo intelectual a partes iguales.

Pasan los días y se termina la semana. Las niñas están rebasadas con tantos deberes escolares y en una lengua académica que no es a la que están acostumbradas. Pero han hecho amigos y adoran a sus profesores. Diseño un plan para el fin de semana que incluya mar y diversión porque han trabajado demasiado tarde y noche cada día después de la escuela. También yo estoy exhausta y resentida porque sin mi ayuda constante no podrían con tanta tarea y no me resta tiempo para otra cosa que nos sea ellas.

El sábado vamos a la piscina natural del Copacabana. Es uno de nuestros sitios favoritos. Lleno de italianos y cubanos nos damos un chapuzón y con las máscaras vemos peses, erizos, cangrejos. En la noche vamos al Gran Teatro a ver a la compañía de danza de Carlos Acosa. Un espectáculo estupendo, fresco, cautivador. La cultura aquí es accesible y le sacamos provecho. A las semana siguiente volvemos al mismo teatro a ver a Rufus Wainwright con Carlos Varela de telonero. Es un momento mágico ver a Rufus en vivo. ¿Quién se iba a imaginar que fuera aquí en La Habana y tan cerca del escenario? Canta casi todas mis favoritas además una versión un tanto forzada pero igual emocionante de Drume Negrita. Le pudo haber quedado mejor y habría sido algo maravilloso porque lo menos que uno se imaginaría es su voz de lares tan lejanos profiriendo amenazas sobre un babalao que da paupau.

En su discurso, Rufus habla sobre el payaso naranja y su ilusión de que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos sigan estrechándose. Aunque todo parece indicar lo contrario. Ahora para colmo el incidente en la embajada americana. Rufus además hace hincapié sobre la falta de derechos para los homosexuales en Cuba y en varias ocasiones trae a colación a su marido que está sentado en el público. Mi hija mayor T queda hechizada.

Salimos del teatro y tomamos un taxi. Nos metemos por Neptuno y allí llegando a Galiano vemos a unas muchachas conversando que arrastran un cargamento de papel higiénico. Frenamos en seco y mi amigo les grita desde la ventana cuestionando dónde lo habían conseguido. Nos dicen que en La época, que está ahí mismo en la esquina. Cuando nos acercamos a la tienda ya ha cerrado.

Llegamos a casa cautivadas aún con Rufus pero sin papel higiénico.

 

 

 

La Habana: Semana 1

octubre 17th, 2017 § 0 comments § permalink

Aterrizamos en el aeropuerto José Martí un martes al mediodía. Corremos con suerte porque no hay colas para atravesar seguridad y las maletas salen rápido. No siempre es así y a veces hemos tardado hasta dos y tres horas.

El apartamento que sólo hemos visto en fotos y no estábamos seguras de qué esperar, nos agrada. Los muebles son anticuados y los aparatos eléctricos están viejos y poco a poco habrá que cambiarlos, pero el espacio es amplio, luminoso, con un balcón en la cocina y una azotea cuyas vistas son inmejorables.

Soltamos los bultos, almorzamos algo que mi tía nos ha cocinado y en silencio pasamos la tarde y la noche acomodando las pocas pertenencias que hemos traído. Las sensaciones son intermitentes. Risas, lágrimas, preocupaciones, dudas, inquietud, excitación.

De vez en cuando nos timbran las abuelas para darnos el parte sobre Irma que ya parece que su pasada por Cuba será inevitable. Al día siguiente nos vamos de compras pues no tenemos ni azúcar en casa. Los mercados son bastante distinto a lo que estamos acostumbradas, además ya la gente, alertada sobre la entrada del ciclón por oriente, forman colas de terror. No me sorprende pues he vivido otros sustos de huracanes en Miami y en Nueva York y sobre todo en Miami la gente entra en una especie de estado de pánico visceral como si fuese a acabarse el mundo. A mí me han tocado varios comenzando por Andrew cuando era una adolescente y que dejó mi casa sin corriente un mes y medio.

Mi suerte adversa con los huracanes es cabal y no me queda duda de que Irma aunque no pasase por La Habana actuará como tal. Viviendo en Miami varias veces una tormenta tropical me tumbó la corriente y el teléfono varios días. Con Vilma fueron dos semanas. Salí huyendo de Xcaret por gusto porque Katrina me siguió los pasos hasta Coconut Grove y con una niña de un año y medio y otra de cuatro meses estuve en la oscuridad un mes y medio. Por no hablar de la avalancha de mosquitos que se desató por esas fechas en los Everglades que para ir de la puerta de la casa al carro teníamos que cubrirnos con mantas y correr. En el otoño del 2012 Sandy peinó a la ciudad de Nueva York y el agua que inundó al túnel de Brooklyn se filtró en el edificio donde vivíamos destruyendo por completo el sistema eléctrico. Tomó dos meses reemplazarlo y ya cuando por fin recuperamos el apartamento había llegado el invierno.

Así pues, le damos frente a Irma sin dejar que el temor nos domine. Hiervo toda el agua que puedo y lleno cubos, pomos plásticos y calderos. Compro huevos, papas, leche en polvo, media docena de paquetes de pasta e igual cantidad de cajitas de salsa de tomate, pan, una barra de guayaba, Nutella, ajo y cebolla. Con eso y gas sé que puedo surtir un menú variado por un par de días. En víspera de Irma preparo una cena como si fuese la última y nos vamos a dormir con la barriga a punto de explotar y el aire a condicionado a todo dar especulando lo peor.

Al día siguiente ya han cortado la corriente. Por suerte el gas no lo han quitado y los tanques de agua están llenos hasta el tope. Las abuelas se han trasladado a la casa de mi tía la que vive cerca de mí. Mi otra tía vive en Santa Fe y ha decidido pasar el ciclón allí. La inundación ha sido de casi dos metros de altura y a causa de la platea en los siguientes días de luna llena se le vuelve a inundar la casa dos veces más esa misma semana. Todos ayudamos a sacar el agua con el haragán o la escoba y luego a limpiar y desinfectar los pisos, paredes y muebles pues el mar que ha entrado venía arrastrando además con todo lo que ha encontrado en su camino.

Las niñas, con una resiliencia y disposición admirables, no se quejan y asumen con naturalidad este nuevo capítulo. Pero hay cosas que comienzan a perturbarme. El papel higiénico es una de ellas. Se ha perdido, dicen en la calle y no lo abastecerán nuevamente hasta noviembre clarifican por la tele.

El calor es memorable. Las sábanas amanecen empapadas en sudor. El tanque de agua baja a pasos agigantados y eso que hemos conservado a conciencia pero ya lo que queda es un filito.

Ya vamos por cuatro días. Sentada en la sala miro fijo hacia el techo e intento valorar mis opciones en los próximos días sin agua y corriente. Todo en el refrigerador que tanto trabajo me costó conseguir se ha arruinado y el agua potable comienza a escasear. El tanque en casa de mi tía está vacío y ya varias veces les he subido cubos de agua desde la cisterna.

Dormito ya que con este calor no puedo ni leer. Las niñas juegan yaquis a mi lado y esas voces alegres en medio de tanta adversidad me mantienen fuerte. De golpe me fijo que la luz fría está encendida y al instante escucho una ola de gritos por todos lados celebrando que ha entrado la corriente. Dos horas más tarde la quitan pero luego regresa a la media noche y por fin restablecen la electricidad.

En apenas unas horas se cumplirá una semana de estar aquí en La Habana y ya parece una eternidad.

 

 

 

 

Recuerdos de Lincoln Road en la revista Suburbano

agosto 19th, 2015 § 0 comments § permalink

Reseña de Tempestades solares por Jacqueline Loss en Diariode Cuba

agosto 14th, 2015 § 0 comments § permalink

http://www.diariodecuba.com/de-leer/1437639707_15887.htmlgrettelpefirl

Tempestades solares en Amazon

mayo 12th, 2015 § 0 comments § permalink

Tempestades_screen_just book

Mujerongas en Amazon

mayo 12th, 2015 § 0 comments § permalink

book-Template-55_rev

Entrevista en Con voz propia, Radio Martí

mayo 12th, 2015 § 0 comments § permalink

Vera me entrevista para el Nuevo Herald

mayo 1st, 2015 § 0 comments § permalink

“Las mujeres son seres mágicos, impredecibles, llenos de poderes y una fuerza insospechada»

grettelpefirl

foto por Viktor Csontos

 

A Case of a Growing Vagina

abril 15th, 2015 § 0 comments § permalink

Screen Shot

En la presentación de Tempestades solares en Books & Books

septiembre 29th, 2014 § 0 comments § permalink

En la presentación de Tempestades solares en Books & Books
En la presentación de Books & Books con Manny Lópezcon Manny López presentándome

DpGlg5LC73OTBvXewsbTfwf-_YsAzIQsnFRbT21bjlE

DlxqvkJnNsVqLdqryViopNkXXTvZ723sqi0RW5vWxa8

3_CrP8DoqCYgnPtyGkVr7eqYntk3wpWY0mZRBXv6pb8

Entrevista de Grettel J. Singer en A Mano Limpia – América Tevé

septiembre 15th, 2014 § 0 comments § permalink

http://«

«Las flores son un mal negocio, te duran un día y hay que agradecerlas un mes»

abril 10th, 2014 § 0 comments § permalink

Heroes And Sinners